Uno.
Los robots de mantenimiento prosiguen, impertérritos, con
sus tareas de limpieza o reparación, ajenos al hecho de que lucen, o bien un
gorro de Santa Claus atado con elástico, o bien un par de cuernos de alce
hechos con fieltro y fijados a su cuerpo metálico con cinta aislante. Aunque
los robots de mantenimiento no son ni remotamente antropomorfos, aquel detalle
les confiere un cierto aire humanoide, siempre que se le eche imaginación.
Mucha imaginación. Y en aquella nave, el único que tiene imaginación es Roberto,
al que, por supuesto, todo aquello le parece hilarante.
- ¿Qué te parece, Aída? – dice en voz alta, haciendo
resonar su voz mecánica en la inmensidad del hangar - ¿No te parece que esto es
lo más?
- ¿Qué es lo más? ¿Lo más qué? – responde a través del
sistema de comunicación el ordenador central, al que Roberto bautizó como Aída
tras una corta búsqueda en el listado de nombres femeninos occidentales.
- Lo más… apropiado, supongo… Para estas fechas.
- “Estas fechas” se corresponde con muchos períodos, pero
asumo que te refieres al Adviento cristiano.
- Sí claro, a la Navidad – afirma Roberto moviendo ligeramente
el cepillo limpiador de sus cámaras frontales, en lo que pretende ser un gesto
de incredulidad mezclado con perplejidad ante la poca perspicacia de su
compañera.
- ¿Tienes problemas con tu sistema de visión? – pregunta
Aída al ver aquel gesto.
- No, no tengo problemas con mi sistema de visión –
responde Roberto intentando remedar la perfección del acento humano de su interlocutora
– Estaba intentando arquear mis cejas.
- Roberto, tú no tienes cejas, por lo que no puedes
arquearlas.
- ¡Qué sabrás tú! –
responde Roberto dándose la vuelta, dejando figuradamente a Aída con la palabra
en la boca, algo difícil de hacer, puesto que Aída, además de no tener boca,
está en toda la nave, razón por lo que es imposible, incluso figuradamente,
darle la espalda. Aun así, Roberto ha bajado su cepillo limpiador para simular
un ceño fruncido. El gesto, realmente, ha tenido el mismo éxito que el anterior.
- Roberto, he detectado un
objeto que se acerca a gran velocidad.
Una pantalla virtual se materializa frente a Roberto, que
detiene sus ruedas y ajusta el objetivo de su lente para observar un haz
luminoso, surcando el espacio hacia ellos.
- ¿Qué es? – pregunta el robot.
- No tengo una buena visualización. Las cámaras exteriores
no han sido revisadas hace mucho, pero por los escáneres que aún funcionan, diría
que se trata de una nave espacial… humana.
- ¿Humana? – pregunta Roberto, e incluso Aída es capaz de
adivinar la mezcla de asombro y esperanza que se filtran a través del sonido
metálico de su voz.
- No puedo detectar si hay vida a bordo, Roberto.
- ¿Podemos interceptarlo?
- No, pero puedo preveer su trayectoria. Se dirige al
planeta 8313-N.
- ¿Y las condiciones?
- Grado A.
- ¿A de…?
- Aceptable para la colonización por humanos. Atmósfera
respirable, agua, vegetación, vida. No evolucionada, eso sí…
- ¿Podemos ir tras ellos?
- No hemos movido esta nave de su posición orbitando esta
luna en cientos de años, posiblemente no seamos capaces de aterrizar sin daños…
graves.
Roberto observa como la estela luminosa se aleja de la
nave, y toma una decisión.
Dos.
La mujer observa con aprehensión la puerta de la nave. El
hombre salió por allí hacía dos horas, y todavía no había vuelto. No puede
evitar pensar que tal vez no lo haga, y entonces tendría que tomar ella una
decisión, la peor de su vida. La cruel ironía era que a pesar de todo sigue
teniendo esperanza… La tenía cuando escaparon en aquella vieja nave, sin rumbo
fijo. La tenía cuando sin combustible terminaron, contra todo pronóstico,
encontrando un planeta donde aterrizar y, para mayor suerte, un planeta donde
no murieran instantáneamente al salir al exterior. Y seguía teniendo esa
esperanza, cuando dio a luz a un bebé, en aquella nave, en aquél planeta.
El hombre había salido a buscar algo que mantuviera viva
esa esperanza. Comida, agua, lo que fuera… Porque ya no les quedaba nada, más
que esa esperanza. La mujer miró a su bebé, dormido en la litera, y se dijo que
todo iba a salir bien.
Y Tres.
Jess tiene ya cinco años, y sólo ha visto a dos personas
en su vida, a su madre y a su padre, aunque le dicen que pronto vendrán a rescatarlos.
Hoy es 24 de diciembre. Su cumpleaños. Lo celebran con una gran cena, como
siempre, y Jess vuelve a escuchar la historia de aquella nave providencial en
la que viven, varada tan cerca de donde habían aterrizado. La Gran Nave, con
bodegas repletas de provisiones. Su padre le ha explicado cómo se habían conservado
durante tantos años, algo que tenía que ver con la criogenia, pero a Jess eso no
le importa. A él lo que le gusta es jugar con el pequeño robot Rover-T. Lo
encontró en la gran cámara donde sus padres habían almacenados todos los robots
que poblaban la nave, y que debido al fuerte aura electromagnética del planeta
habían dejado de funcionar. A Jess le apena, porque está seguro que tendrían muchas
historias que contar, entre ellas, el por qué unos robots llevan un gorro de
santa Claus, y otros unos cuernos de reno hechos con fieltro. Y tiene la
sospecha de que el pequeño Rover-T tiene mucho que ver con eso.