lunes, 24 de julio de 2017

No me llaméis Ismael.

Haced el favor de no llamadme Ismael.
Me embarqué en este maldito buque por equivocación. Yo quería ir a El Ferrol, y en cambio, llevo cuatro meses atrapado en el Pequod, que resulta que es un ballenero, y que con la suerte que tengo, no se va a acercar ni de lejos al terruño. Qué razón tenía mi santa madre cuando me dijo que me aplicara más con el inglés, que me iba a hacer falta. Yo, como soy un poco cabezón, por llevar la contraria le decía que no, que mejor el francés, que es como el galego pero más afectado. Y así estamos, que en lugar de al Ferrol vete a saber tú donde terminamos, porque yo a estos no les entiendo y ni idea a donde vamos, que ni castellano, ni francés, ni galego, y mira que hay gente de sitios raros. Pues nada, ninguno habla como se debe. A ver si hay suerte y paramos en Coruña, o aunque sea en la isla de la Toja, y me bajo, que tengo ya morriña.
Además, resulta que el capitán lo que quiere es cazar una ballena. Eso tiene sentido, porque para eso estamos en un ballenero. Pero el hombre, Ahab se llama, no quiere una cualquiera, sino una blanca, bien gorda. Yo he intentado decirle que se deje de ballenas y que pruebe el centollo, pero no me tiene paciencia, me empieza a hablar del mar con cualquier excusa, que si las olas, que si el salitre, que si las gaviotas, y empieza a dar vueltas con la pata de palo, y termina siempre dando la tabarra con Moby Dick, que por lo visto es como se llama la ballena que quiere pescar, y se me ciega el capitán, se me ciega. Es una obsesión la de este hombre. Esto más o menos es lo que he entendido yo, por los gestos, pero vete a saber. Igual en lugar de una ballena lo que quiere es pescar atunes y estoy aquí inventando.
Decía al principio que no me llaméis Ismael porque hay en el barco un polinesio que me está siempre llamando por ese nombre. Por lo visto para él todos los blancos somos iguales y no nos distingue muy bien. Yo por más que le digo que Ismael es otro, uno que le gusta tirar los sombreros de la gente, que yo me llamo Xerardo Pazos, no hay manera. Pero mejor llevarse bien con el polinesio este, porque me han dicho que es caníbal, y digo yo que con un caníbal cuidado. Que habrá caníbales buenos, que no lo niego, pero que mejor que corra el aire, que los carga el diablo. Queequeg se llama el polinesio caníbal, que también digo yo, que no podía tener un nombre cristiano como dios manda. Quequé le llamo, que es más fácil. A Quequé se le ha ido la mano con los tatuajes, y a menudo le digo que se va a arrepentir, que cuando se canse de ser arponero, a ver donde le van a contratar con tanto dibujito en la piel. Pero como no me entiende, cae en saco roto. 
Pues resulta que Quequé se muestra muy cariñoso con el tal Ismael, el de verdad, y como nos confunde todo el rato, un día vamos a tener un disgusto, que tantos arrumacos a mí me dan mala espina. A veces cuando lo veo venir de lejos, me escondo en un ataúd que se mandó hacer, le pongo la tapa y allí me quedo un rato. A menudo termino dormido. Por lo menos le doy una utilidad al ataúd, que también el caníbal mandarse hacer un féretro y no morirse…
En fin, la verdad es que de este viaje poco más hay que resaltar. Está siendo un poco aburrido, eso sí. Bueno, que llevo ya un rato largo en este ataúd y se está notando un poco de humedad, así que voy a salir a ver qué pasa, no sea que me hayan hundido el barco.
Y recordad, no me llaméis Ismael.

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