Osea, a ver cómo lo explico… Imaginad que congeláis este
instante. Así, muy bien.
Como podréis ver, estamos en el interior de un banco. La
Caixa, en concreto. No os preocupéis: los dos personajes que salen en
primerísimo plano, el rey Melchor que está asestando un puñetazo en plena cara
a un Santa Claus bastante desastrado, no son verdaderos. Melchor es Juan
Antonio Bedoya, un delincuente especializado en golpes a sucursales bancarias.
El Santa Claus al que se le está cayendo la barba y porta una AK-47 en la mano,
es un albano kosovar cuyo nombre es Tarek. Si examináis bien la imagen, veréis
al Rey Gaspar al fondo, con cara de aprehensión. Ése soy yo. Al otro lado hay una
elfa rubia, bastante más interesante. Además, se puede ver al rey Baltasar, el
de la cara pintada de negro. Ése es Paco Medina, alias el Belloto, y está
intentando evitar que Juan Antonio le parta la cara a Tarek. Detrás de éste,
hay otro elfo. Es muy distinto de la rubia. Es un rumano, Andrei, a quien el
disfraz le queda pequeño. Normal. Andrei mide casi dos metros. Es un elfo talla
extra-grande, supongo. Ignorad al resto. Son clientes y trabajadores de La
Caixa en perfecto estado de pánico.
¡Ah, ya veo que los más avispados van enhebrando el hilo!
En efecto. Este instante en particular es consecuencia de, no uno, sino dos
intentos de atraco. Al mismo banco. Al mismo tiempo. Por dos bandos disfrazados
con motivos navideños.
Obviamente esto comenzó más atrás, y probablemente mucha
de la culpa sea mía. Veréis… Me había llegado el soplo de que en aquella
sucursal de La Caixa se iba a ingresar una millonada: la mayor parte de lo
recaudado por los décimos de lotería del sorteo del Niño. Como habréis
adivinado, estamos a 5 de enero. Ése mismo día estaba planeada una
manifestación, no recuerdo ahora si pro-independencia, contra-independencia, pluri-dependencia,
o lo que quiera que fuese. El caso es que la Policía estaría ocupada al otro
lado de la ciudad, lo cual nos daría unos minutos extras para escapar con el botín.
Todo esto se lo conté a Juan Antonio. ¿Por qué? Porque le debía dinero, y
porque necesitaba músculo para la operación. Él, como siempre, terminó adjudicándose
la autoría intelectual del plan y reclutó a alguien que no lo pusiera en duda: el
Belloto. La idea de disfrazarnos de Reyes Magos también fue mía: podíamos
camuflar fácilmente los fusiles en los amplios trajes de sus majestades y,
además, una vez que saliéramos de la sucursal, nos desharíamos de los disfraces,
con lo que nadie nos reconocería. Ésa era la idea. Cuando el Belloto apareció
con la cara pintada de negro me di cuenta de que esa parte del plan no la había
terminado de entender.
Al entrar en la sucursal y ver a Santa Claus con sus dos
elfos y, sobre todo, al constatar cómo, en lugar de juguetes, extraía unas
automáticas del saco, Juan Antonio entró en cólera.
- ¡Me
cago en Dios! Este atraco es nuestro – gritó.
- Pero ¿qué dices? Si hemos llegado antes – respondió Tarek
con su acento de la Europa del Este.
El vigilante de seguridad no daba crédito a lo que veía. Aun
así, pretendió desenfundar su revólver. La elfa, no obstante, estuvo rápida,
encañonándole con su AK-47 y recomendándole que, en tanto no se aclarara la
cosa, se mantuviera calmadito.
- A ver, todo el mundo quieto que esto es un atraco. Un atraco
español, como dios manda – dijo Juan Antonio a voz en grito.
- A ver si me voy a cagar en tu puta madre – le respondió
Tarek, que otra cosa no, pero los tacos en castellano los había aprendido
rápido.
Y a continuación, pues ya saben ustedes lo que pasó. El
puñetazo de Juan Antonio, los disparos al suelo y al cielo, el pandemónium, vamos.
- Hey – grité, intentando poner un poco de paz – En breve
llega la poli, porque me imagino que estos señores habrán aprovechado para
apretar el botón de alarma. O compartimos, o nos vamos sin nada.
Miré alrededor, y la mayoría de las caras parecían darme
la razón. Muchas de ellas pertenecían a clientes del banco que se habían tirado al suelo
al primer disparo y no pintaban mucho a la hora de decidir, pero Juan Antonio y
Tarek, al menos, no argumentaron en contra.
- A ver, vacía la caja. La mitad en esta bolsa, para
nosotros, y la mitad en esta otra, para los Reyes Magos – le indicó la elfa
rubia al cajero. Éste no tardó en ponerse manos a la obra. Los AK-47 en las
narices tienen ese poder de convicción.
- Bien, nos quedan exactamente, dos minutos antes de que …
- ¡Alto, policía! – escuchamos a nuestras espaldas. Dos
minutos antes de lo esperado.
Y en fin, ésa es la razón por las que me encuentro ahora
en la parte de atrás de un coche patrulla, vestido de Melchor, esposado. A mi
lado, la elfa, esposada también.
***
- Se te está despegando el bigote – le digo al policía
que conduce. No quiero engañarles, realmente, no es un policía. Es Fernando, mi
cuñado. Y el coche ha sido tuneado para que parezca un coche
patrulla, pero tampoco es real.
- ¿Llevas las bolsas atrás con el dinero? – pregunta Irina.
Como sospecharán, no es una elfa verdadera. Es mi novia desde hace tres meses, aunque
llevo sin verla un par de semanas. Las que lleva infiltrada en la banda de
Tarek.
- Joder, que sí. Hemos salido de allí justo antes de que
llegara la poli de verdad.
- ¿Y qué cara ha puesto Juan Antonio?
- Pues yo creo que todavía no lo ha entendido. Me imagino
que para cuando pillen el engaño, tanto él como Tarek, ya estaremos en Brasil. –
dice Fernando arrancándose el bigote de pega, y dirigiéndose al aeropuerto.
- Pues felices reyes – les deseo, entre risas, un poco
más rico y menos honrado.
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