El hombre miraba su cuerpo inánime con una triste
expresión en su cara.
- Estamos tan acostumbrados a los finales felices, que
nos sentimos defraudados cuando al final perdemos la batalla. – dijo el ángel,
con su voz tranquila y reconfortante, apenas acompañado de un temblor en sus
grandes alas mientras colocaba amorosamente, su mano en el hombro del hombre.
- Sí, lo sé. Pero siento aun esta rabia, esta impotencia
de no haber sabido dar la talla. – dijo el hombre, que seguía viéndose a si
mismo, aunque aquel mundo terrenal se le iba haciendo cada vez más extraño y alejado.
- Qué tontería. Diste la talla de sobra. Sólo pierden las
batallas los que las luchan. Nadie gana eternamente. – dijo el ángel.
- ¿Y ellos? – preguntó el hombre.
- Ellos te llorarán, te echarán de menos, pero llegará el
momento en que les reconfortará el recuerdo del tiempo que compartieron
contigo.
El hombre miró la serena cara del ángel. Su cuerpo, su
familia y sus amigos apenas se podían distinguir ya, tantos velos habían caído
entre ellos y el hombre.
- ¿Vamos ya? – dijo el ángel.
- Vamos – respondió el hombre.
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