Mientras el piloto Jess Rodriguez, del USS Paradise activaba
en su nave el sistema de ataque, maldecía entre dientes a muchas personas e
instituciones, pero sobre todo, el principal objetivo de sus maldiciones era el jefe de mecánicos Lou Pavinsky. A él culpaba del mal funcionamiento
del motor de salto en su lanzadera. A él, y al puñetero sindicato que no permitía
trabajar en mantenimiento después de medianoche.
Que la relación tiempo-espacio fuera tan estrecha, y que
en ella se basara el motor de salto era muy bonito. Precioso. Así, a través del
hiperespacio, se podían cubrir varios años luz en segundos: perfecto. Hasta que
el mecánico deja de apretar una tuerca porque según el reloj ya eran las doce
en el meridiano de Greenwich terrestre. Qué más daba si te encontrabas en los
alrededores de la nebulosa de Andrómeda, o abandonando la Vía Láctea. Así las
cosas, que algo falle y termines un cuarto de millón de años en el pasado es lo
menos que podía suceder. Gajes del oficio dirían. Claro, porque no eran ellos
los que lo sufrían.
Así que ahí estaba él, dispuesto a causar un genocidio.
Por culpa de las malditas normas laborales de los mecánicos. Pero ¿qué otra
opción le quedaba? Los enfrentamientos entre Sapiens y Neandertales eran mucho
más violentos y salvajes de lo que podía imaginar. Y no iba conforme a lo que
había estudiado. Su propia especie cada vez estaba más arrinconada. Si no
actuaba ahora, se extinguirían y entonces… ¿cómo habría llegado él allí?
Quizás, el que él interviniera es lo que les salvó de la extinción, en primer
lugar. A aquella explicación - la inmutabilidad de los sucesos ocurridos en el
pasado - es a lo que se acogía para justificar sus acciones. Cualquier cosa que
hiciera, significaba que ya se había hecho. Y, sin embargo, no era suficiente.
Lo había intentado todo: desde adiestrar a sus torpes ancestros en el uso de herramientas
hasta enseñarles un idioma. Pero todo en balde. Había llegado el momento, por
tanto, de recurrir a métodos más contundentes.
Jess fijó el objetivo en el centro del poblado, y justo
antes de que bajara el pulgar y apretara el gatillo, liberando así los torpedos
de protones, la nave se desmaterializó.
Y apareció, con Jess Rodríguez en su interior, sano y
salvo, casi doscientos cincuenta mil años más tarde, en el hangar del USS Paradise.
- Vaya susto, ¿eh? – le recibió Lou, al bajar las
compuertas de la lanzadera – Nos ha costado encontrar tu rastro y traerte de
vuelta. Espero que no la hayas liado.
- No te lo vas a creer, Pavinsky, te aseguro que no te lo
creerías. Menos mal que todo sigue igual – dijo Jess, dejando escapar un
suspiro de alivio camino a su camarote.
Pavinsky alzó las pobladas cejas bajo su doble arco
superciliar, y dos arrugas de confusión se formaron en su estrecha frente. Después,
cruzando sus musculosos y cortos brazos sobre su potente tórax, dibujó una sonrisa
divertida en su rostro sin mentón. “Pilotos”, pensó, “Siempre haciendo un drama
de cualquier cosa”.
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