miércoles, 21 de marzo de 2018

Incidente en el hiperespacio


Mientras el piloto Jess Rodriguez, del USS Paradise activaba en su nave el sistema de ataque, maldecía entre dientes a muchas personas e instituciones, pero sobre todo, el principal objetivo de sus maldiciones era el jefe de mecánicos Lou Pavinsky. A él culpaba del mal funcionamiento del motor de salto en su lanzadera. A él, y al puñetero sindicato que no permitía trabajar en mantenimiento después de medianoche.
Que la relación tiempo-espacio fuera tan estrecha, y que en ella se basara el motor de salto era muy bonito. Precioso. Así, a través del hiperespacio, se podían cubrir varios años luz en segundos: perfecto. Hasta que el mecánico deja de apretar una tuerca porque según el reloj ya eran las doce en el meridiano de Greenwich terrestre. Qué más daba si te encontrabas en los alrededores de la nebulosa de Andrómeda, o abandonando la Vía Láctea. Así las cosas, que algo falle y termines un cuarto de millón de años en el pasado es lo menos que podía suceder. Gajes del oficio dirían. Claro, porque no eran ellos los que lo sufrían.
Así que ahí estaba él, dispuesto a causar un genocidio. Por culpa de las malditas normas laborales de los mecánicos. Pero ¿qué otra opción le quedaba? Los enfrentamientos entre Sapiens y Neandertales eran mucho más violentos y salvajes de lo que podía imaginar. Y no iba conforme a lo que había estudiado. Su propia especie cada vez estaba más arrinconada. Si no actuaba ahora, se extinguirían y entonces… ¿cómo habría llegado él allí? Quizás, el que él interviniera es lo que les salvó de la extinción, en primer lugar. A aquella explicación - la inmutabilidad de los sucesos ocurridos en el pasado - es a lo que se acogía para justificar sus acciones. Cualquier cosa que hiciera, significaba que ya se había hecho. Y, sin embargo, no era suficiente. Lo había intentado todo: desde adiestrar a sus torpes ancestros en el uso de herramientas hasta enseñarles un idioma. Pero todo en balde. Había llegado el momento, por tanto, de recurrir a métodos más contundentes.
Jess fijó el objetivo en el centro del poblado, y justo antes de que bajara el pulgar y apretara el gatillo, liberando así los torpedos de protones, la nave se desmaterializó.
Y apareció, con Jess Rodríguez en su interior, sano y salvo, casi doscientos cincuenta mil años más tarde, en el hangar del USS Paradise.
- Vaya susto, ¿eh? – le recibió Lou, al bajar las compuertas de la lanzadera – Nos ha costado encontrar tu rastro y traerte de vuelta. Espero que no la hayas liado.
- No te lo vas a creer, Pavinsky, te aseguro que no te lo creerías. Menos mal que todo sigue igual – dijo Jess, dejando escapar un suspiro de alivio camino a su camarote.
Pavinsky alzó las pobladas cejas bajo su doble arco superciliar, y dos arrugas de confusión se formaron en su estrecha frente. Después, cruzando sus musculosos y cortos brazos sobre su potente tórax, dibujó una sonrisa divertida en su rostro sin mentón. “Pilotos”, pensó, “Siempre haciendo un drama de cualquier cosa”.

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