El bar está desierto, salvo por un hombre que se sienta frente a una de las
mesas. Se abre la puerta y una figura entra silenciosamente en la sala.
- ¿Qué pasa hoy que está esto vacío? – dice Luis Alfredo cuando
su compadre Manuel se sienta a su mesa.
Manuel toma la botella de tequila que hay sobre la mesa y
se sirve un trago antes de contestar.
- ¿Pero en qué mundo vives, pinche huevón? ¿Pues acaso no
te das cuenta que es el Día de los Muertos? La gente está celebrando con sus
familias y amigos ¿Qué no sabes que en todo México hoy se honra a los que se
llevó la Catrina?
- Bah, yo no creo en esas mamarrachadas. ¿Cuándo has
visto tú que regresen los muertos?
- Luis Alfredo, tú cómo vas a creer, si nunca hiciste
bien a nadie – responde Manuel - ¿Quién quieres que ponga tu foto, si todos se
alegraron de que te fueras? Si estás aquí hoy, más solo que la una, es porque
nadie quiere que vuelvas, nomás. Nadie te va a levantar una ofrenda, nadie te pondrá
una vela. Recoges lo que sembraste.
- Pero ¿qué dices? ¿Y tú qué, quién te crees que eres?
- Yo tampoco fui la mejor persona, cierto, pero al menos
a los míos los quise, y ellos a mí. Pero ya hace mucho tiempo que me vine a
este lado, ya no queda nadie que me recuerde. ¿No ves cómo estoy
desapareciendo?
- Pues vete a otra parte, mal amigo – responde Luis
Alfredo con rabia.
- Yo nunca fui tu amigo, Luis Alfredo. Tú nunca tuviste
amigos, a todos traicionaste – dice Manuel
mientras termina de disolverse en el aire – Pero antes de irme quería tomarme
un trago, para celebrar que me iba, y eso es todo lo que te queda a ti, Luis
Alfredo. Sólo te queda tequila.
Luis Alfredo mira alrededor, el bar iluminado por las
lámparas de bombillas rojas. Intenta levantarse, pero no puede, y comprende que
seguirá allí, solo, con su botella de tequila, por toda la eternidad.
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