lunes, 26 de febrero de 2018

La ciudad del amor...

Microrrelatos enviados a la XI Edición de Relatos en Cadena. La extensión debía ser de 100 palabras, sin contar con el título ni la frase inicial (la última frase del microrrelato ganador de la semana anterior).

En esta ocasión los relatos debían empezar con "La ciudad del amor...".

Título: Ordenador familiar

La ciudad del amor la llaman. Tengo una fotografía de la torre Eiffel en mi cartera desde que Arturo y yo nos casamos. La de veces que me juró que iríamos, pero siempre se cruzaba su trabajo. Otra vez será, decía.
En fin, ahora está en Río, con su despampanante secretaria, y no en el congreso de Zaragoza. Si no eres cuidadoso con las contraseñas, alguien puede fisgonear y descubrirte el pastel. Y también defraudar varios millones desde la cuenta del trabajo.
Pagaría por verle la cara cuando le reciba la policía en el aeropuerto, a su vuelta. Pero estaré en París, sin cobertura.

domingo, 25 de febrero de 2018

Atilano el africano


Si había algo que definía a Atilano, aparte del asincronismo al que le condenaba el nombre con el que el padre Anselmo le había bautizado, era su amor por África. No era el objeto de su pasión la turgente encargada de la farmacia, que había llegado al pueblo procedente de El Ferrol, y que la casualidad había querido que su nombre fuera África, y su apellido Pazos, para más señas. Lo que a Anselmo le animaba y le movía el corazón era el continente comúnmente llamado "negro" y que, como él gustaba de explicar a quien quisiera oirle, resultaba más bien de color tierra al observarlo desde el espacio, con excepciones claramente verdes, y hasta blancas en las cumbres de sus altas montañas. 

Así, Atilano vivía convencido de que, en realidad, era africano, y que algún tipo de error astral, o divino, o quién sabe qué, le había hecho nacer en un pueblo de Cáceres y no al pie de las colinas del Ngong. No es que sospechara que sus padres no eran tales, ni mucho menos, pero había algo que él sabía que no había funcionado como debiera cuando se sortearon los lugares de nacimiento. Ese sentimiento, que aunque intenso, poco contaba a la hora de demostrar nada, y el hecho de que, además, y para más inri, luciera desde bebé una piel de un color tan rosadito que nadie sabía distinguir su negrura, le hacía sufrir si no diariamente, al menos con mayor frecuencia de la que deseaba. Porque Atilano creía, a pie juntillas, no sólo que era africano, sino que además era de raza negra. Era aquella una cuestión de fe, de la cual ninguna evidencia física existía. Dicha carencia, no obstante, no debilitaba lo más mínimo su convencimiento: ni siquiera las chanzas de los vecinos – Atilano el africano le llamaban - lograban quebrantar su convencimiento.

El día de su cincuenta cumpleaños, para sorpresa de todos, vendió su casa del pueblo y, tras recolectar los ahorros de toda una vida, cerró sus cuentas en la caja rural y abandonó el pueblo para siempre. Una semana más tarde aterrizaba en Nairobi y mezclado entre los kikuyu, los masai y los kamba, Atilano se sintió, por fin, en casa.

lunes, 19 de febrero de 2018

Otra vez me toca levantarme...

Microrrelatos enviados a la XI Edición de Relatos en Cadena. La extensión debía ser de 100 palabras, sin contar con el título ni la frase inicial (la última frase del microrrelato ganador de la semana anterior).

En esta ocasión los relatos debían empezar con "Otra vez me toca levantarme...".


Título: Descansar al fin


Otra vez me toca levantarme, de madrugada, porque Alicia llora en su cuna. Paco es buen padre, sí, y mejor marido, pero ya ni recuerdo cuándo dormí toda la noche de un tirón. Siempre me toca. Estoy tan cansada que a veces cierro los ojos un segundo y me quedo “traspuesta”, donde quiera que esté, incluso en la cocina, o en el súper.
O en el semáforo.
Pero, en fin, supongo que ya pronto me tocará descansar. Alicia es todavía un bebé, pero crece tan deprisa… Se olvidará de mí. Y alguna vez, Paco dejará de llorarme hasta quedarse rendido.

martes, 13 de febrero de 2018

Otra historia de amor

Nunca dejan de sorprenderme. Me paseo entre ellos intentando entender qué les ronda en la cabeza, qué les hace tan fascinantes a pesar de su fragilidad, por qué son capaces de lo mejor y de lo peor en aras del amor. Nunca he encontrado una explicación que satisfaga todas mis preguntas.
Quizás sea lo efímero de su existencia. O quizás el instinto de preservación como especie. O una mezcla de todo. O nada. No lo sé. No creo que encuentre nunca la respuesta. He experimentado mil y una vez, mezclando parejas de todas las formas posibles y hasta las imposibles, y sigo sin comprenderlo.
Desde aquí, sentado en este tejado, invisible a los mortales, tenso mi arco y tomo una flecha con punta de oro. Escojo entre el gentío otra víctima más, y sin que me tiemble el pulso dejo que la saeta surque el aire y atraviese su corazón. Contemplo embelesado el cambio que se produce, como sufre y se deleita al mismo tiempo cuando piensa en el objeto de su amor, como aparecen de repente las mariposas en el estómago y el terrible martillo de los celos.
Y de nuevo asisto en primera fila a otra historia de amor.
Cómo me gusta esta mierda.

domingo, 11 de febrero de 2018

Desde el día que murió...

Microrrelatos enviados a la XI Edición de Relatos en Cadena. La extensión debía ser de 100 palabras, sin contar con el título ni la frase inicial (la última frase del microrrelato ganador de la semana anterior).

En esta ocasión los relatos debían empezar con "Desde el día que murió...".

Título: Qué harían sin mí.

Desde el día que murió Pancho, me toca llevar esta casa adelante. Pancho era un cascarrabias, pero me enseñó bien.
A Elena decirle piropos y darle arrumacos hasta arrancarle una sonrisa, en especial en días de alto riesgo, como cuando se prueba un vestido nuevo. Con Paco, salir de paseo, y mirar para otro lado cuando se enciende un cigarrito. “El último”, dice siempre el pobre.
Pero lo más importante es el pequeño Miguel. Hay que vigilar y asustar al monstruo, ése que le da por esconderse bajo su cama, o dentro del armario.
A veces me pregunto qué harían estos humanos sin Perla.

Título: En la salud y en la enfermedad

Desde que murió paso las horas mirando aquella fotografía suya de hace treinta años. Me gusta recordarlo así, joven, fuerte, alegre, con aquella sonrisa resplandeciente. También salgo yo en la foto, mirándole embelesada. Aún no habíamos terminado la carrera, tantas ilusiones aún en nuestras tiernas miradas. Qué lejos quedaba todavía mi cátedra en farmacia. Él hubiera llegado lejos, como yo, pero claro, se tuvo que dedicar a cuidar de mi hermana. En la salud y en la enfermedad, prometieron. También está ella en la fotografía, joven y sana. Aún el cianuro no había empezado a surtir efecto. En él tardó un poco más.

sábado, 10 de febrero de 2018

Hombre lobo

La memoria de tu cuerpo en mi cuerpo,
tu recuerdo en la punta de mis dedos.
Adivino el tacto de tu piel
con los ojos cerrados,
y el alma abierta de par en par.

Sigo teniendo cadáveres en el armario
y heridas en el pecho.
Ando repleto de secretos al caer la noche
y en cada sueño vuelvo a ser
un hombre lobo más,
en este Paris
de esta noche húmeda,
con este viento que me arrastra
por callejones lóbregos
pintados de miedos y remiendos,
cargados de llantos
que una vez se creyeron gotas de lluvia
hambrientas de mares remotos.

En esta maldición que me convierte en hombre
no hay balas de plata con las que escapar,
tan sólo el recuerdo del sabor de tus besos
el color de tus caricias
y el ruido de tu mirada.

Dulce tortura en el eco de un reflejo en el cristal.

sábado, 3 de febrero de 2018

Te veo acechándome

Te veo acechándome, pero de nada te vale.
Frente a la náusea, yo escucho a Sinatra.
Afila tus garras, da igual.
Durante la quimio, tengo a Horacio Quiroga y sus cuentos de la selva, navego bajo las aguas en el Nautilus y resuelvo asesinatos con Poirot. Prueba a romper éso con tu mazo sediento de oscuridad y destrucción.
Y si al final ganas la última batalla y crees que has vencido esta guerra, si acaso te regodeas en la metástasis, y te da por llamar ya a la muerte de negro manto y afilada guadaña, borra de tu fea cara esa sonrisa malvada, abre bien los ojos y fíjate bien: quién está conmigo, quién me seguirá sujetando la mano hasta el final, en quién dejaré mi recuerdo.
Así que, pase lo que pase, salga de aquí como salga, yo sigo ganando. Lanza tu mejor golpe, que me seguiré levantando, hasta que te canses.
Porque tengo a John Wayne en La Diligencia, y tengo a los AC/DC en una autopista al infierno, y tengo el Guernica de Picasso, y tengo a Alfredo Landa en el Crack, y tengo a Les Luthiers y su Mastropiero, y tengo a Jimmy Hendrix tocando con su zurda una guitarra celestial. Y a Miguel Hernández, y a Antonio Machado, y a García Lorca. Y tengo a Cary Grant, y a James Stewart, y la voz de pato de Humphrey Bogart. Y a Lauren Bacall, que le silba, y a Katherine Hepburn con Spencer Tracy. Y a Laurel y a Hardy.
Y tengo a mis amigos.
Y tengo a mi familia.
Y me tengo a mi mismo, y esta rabia que no sabías.
Y tengo puzles por empezar y terminar, y piezas que perder y cagarme en todo. Y tengo libros que escribir, y cartas que responder, y películas que ver de nuevo en blu ray, y en lo que salga después del blu ray. Y noches en que no dormir, y cuerpos que redescubrir, y notas que firmar, y broncas que dar y recibir, y perdones que pedir y regalar. Y meriendas y cafés, y cenas a la luz de la luna, y mañanas de invierno, y tardes de verano.
Clava tu puñal si quieres: en la espalda, el pecho o en el costado. Que yo seguiré suspirando, y te seguiré enseñando este dedo anular, ¿lo ves?
Así que de frente, o de canto, o como te dé la gana, lanza tu puño y atrévete.
Porque tengo aún mucha mala leche, y respuestas a destiempo, y faltas de respeto, y preguntas incómodas, y meteduras de pata. Y los huevos cuadrados.
Así que sal de tu escondrijo, y dispara con todo lo que tengas.
Porque esta partida hace tiempo que la gané yo.