Al final Rafita tenía razón. Hay una puerta metálica
allí, detrás de la plancha herrumbrosa que cubría la pared, y se deshace con
golpearla un poco. Ahmed dice que es por la humedad, que descompone el metal,
que ya lo ha visto en las granjas que están junto a las paredes. A mí
sinceramente me da igual. Lo importante es averiguar ahora qué vamos a hacer.
Rafita descubrió esta habitación porque él y su familia
viven en la planta doce. De todo el cole, es el que vive más arriba. Ahmed y yo
vivimos en la veinticinco, donde las granjas de rábanos, así que subir hasta
aquí, hasta la primera planta, nos coge muy lejos. Nos llevaría casi todo el
día sólo llegar. Dice Ahmed que los antiguos tenían un sistema automatizado
para cambiar de pisos, que en el hueco por el que se suben y bajan las
mercancías atadas a las cuerdas, de una a otra planta, había antes una
habitación que te llevaba de un piso a otro sólo con pulsar un botón. A mí me
hizo gracia imaginarlo. Al principio, claro. Pero después me entristeció pensar
a qué se dedicaría papá entonces. Mi padre es cordero, se pasa el día tirando de las cuerdas, o dejándolas
deslizarse hacia abajo, con cuidado. Tiene manos grandes y duras, llenas de
callos por el roce de la soga. Lo bueno de su trabajo es que le conoce todo el
mundo. Claro, está allí todo el día, en la escalera, pendiente del hueco por
donde Ahmed dice que hace muchos años viajaba la habitación que subía y bajaba
a la gente. Por la escalera, hay que pasar sí o sí, siempre, para ir a
cualquier sitio, así que todos le saludan y le conocen.
Yo no sé si de mayor quiero ser cordero como papá, o mecuánico,
como los padres de Rafita. Ahmed dice que son importantes, porque trabajan en
la tercera planta, en las máquinas. Nos llevaron a verlas ayer, y claro, nos
quedamos a dormir con ellos, porque no daba tiempo a volver a casa antes de que
las luces se apagaran. Trabajar en las máquinas es complicado. Hay que estar
siempre pendiente de unos controles que se encienden y apagan, y de unos
números que aparecen en unas pantallas, y comprobar en un libro qué hay que
hacer, según lo que digan los números o el color que se haya encendido. Ahmed
les preguntó para qué servían esas máquinas, pero los papás de Rafita no lo
sabían. Nadie lo sabe. Pero nos explicaron que ser mecuánico era vital para el funcionamiento de nuestro mundo, porque
esas máquinas habían estado funcionando desde… bueno, desde siempre. Ahmed
entonces, les preguntó por las máquinas de la primera y la segunda planta. Todos
sabemos que a veces es un poco metomentodo. A lo mejor es porque su madre es la
jefa de los carteros. No la de todos los carteros, claro. Sólo los de la planta
cincuenta a la uno. Bueno, en la dos y en la uno no vive nadie, allí no se
reparte nada. Sólo hay máquinas que ya no funcionan. Y a lo mejor por éso lo
decía Ahmed. Si esas máquinas alguna vez funcionaron y ya no lo hacen, y el
mundo siguió, a lo mejor no eran necesarias, y las de la planta tercera, donde
trabajan ellos, igual tampoco.
Eso dijo, y a los papás de Rafita no les hizo gracia su
pregunta. Le respondieron, con una sonrisa, que si quería podíamos ver lo que pasaba
si no arreglaban las máquinas, pero que si las luces dejaban de encenderse por
la mañana, o el agua no salía por los grifos, o ya no suministraban oxígeno los
ventiladores de los respiraderos, ellos dirían que la culpa era del pequeño
Ahmed, que no creía que lo que llevaban haciendo desde tiempo inmemorial
tuviera ningún sentido.
Ahmed se puso muy colorado. Refunfuñó que sólo era una
pregunta, pero yo creo que se sintió un poco humillado. Yo lo estaría. Por eso
creo que está tan excitado con la puerta que hoy Rafita nos ha enseñado en la
primera planta. A Ahmed se le ha ocurrido que igual esa puerta da a otro nivel
por encima de nosotros. Al principio nos reímos Rafita y yo. Qué locura, pensábamos.
Pero Ahmed lo había dicho en serio. Dice que, si no le ayudamos, que allá
nosotros, pero que él va a abrir esa puerta. Parecía una tontería. ¿Qué puede
haber tras ella, sino más humedad, más herrumbre, y más máquinas muertas? Ahmed
nos miró muy serio y susurró que a lo mejor encontramos unas escaleras. Hacia
arriba. Rafita y yo no pudimos evitar un escalofrío. ¿Por encima del primer
piso?
Estamos empatados. Ahmed quiere abrir la puerta, pero Rafita tiene miedo de meter a sus
padres en un lío. Debo decidir yo, como siempre y, la verdad, no sé si quiero
seguir sin saber por qué hacemos lo que hacemos, contando historias de los
antiguos y de todo lo que hemos olvidado desde entonces. Igual es mejor abrir
esa puerta y descubrir que hay algo, aún más arriba, por encima del primer
piso.