viernes, 17 de agosto de 2018

Deberías ver las rozaduras de mis talones...

Microrrelatos enviados a la XI Edición de Relatos en Cadena. La extensión debía ser de 100 palabras, sin contar con el título ni la frase inicial (la última frase del microrrelato ganador de la semana anterior).


En esta ocasión los relatos debían empezar con "Deberías ver las rozaduras de mis talones...".



Título: Confesiones.



- Deberías ver las rozaduras de mis talones cuando me quito las botas – me dice, con una sonrisa traviesa.
Matías sabe que me ruborizo cuando me habla así, delante de la hoguera, antes de dormir, sobre todo cuando lo hace delante de los niños. Yo cambio de tema y les digo que ya no tendremos que andar mucho más para llegar a la costa. Allí un barco nos estará esperando para llevarnos lejos de esta guerra. 
Ellos no saben que la pierna de Matías, nuestro temerario guía, es ortopédica. Y yo, que soy carmelita descalza, tampoco debería de haberme enterado. 

sábado, 11 de agosto de 2018

La puerta


Al final Rafita tenía razón. Hay una puerta metálica allí, detrás de la plancha herrumbrosa que cubría la pared, y se deshace con golpearla un poco. Ahmed dice que es por la humedad, que descompone el metal, que ya lo ha visto en las granjas que están junto a las paredes. A mí sinceramente me da igual. Lo importante es averiguar ahora qué vamos a hacer.
Rafita descubrió esta habitación porque él y su familia viven en la planta doce. De todo el cole, es el que vive más arriba. Ahmed y yo vivimos en la veinticinco, donde las granjas de rábanos, así que subir hasta aquí, hasta la primera planta, nos coge muy lejos. Nos llevaría casi todo el día sólo llegar. Dice Ahmed que los antiguos tenían un sistema automatizado para cambiar de pisos, que en el hueco por el que se suben y bajan las mercancías atadas a las cuerdas, de una a otra planta, había antes una habitación que te llevaba de un piso a otro sólo con pulsar un botón. A mí me hizo gracia imaginarlo. Al principio, claro. Pero después me entristeció pensar a qué se dedicaría papá entonces. Mi padre es cordero, se pasa el día tirando de las cuerdas, o dejándolas deslizarse hacia abajo, con cuidado. Tiene manos grandes y duras, llenas de callos por el roce de la soga. Lo bueno de su trabajo es que le conoce todo el mundo. Claro, está allí todo el día, en la escalera, pendiente del hueco por donde Ahmed dice que hace muchos años viajaba la habitación que subía y bajaba a la gente. Por la escalera, hay que pasar sí o sí, siempre, para ir a cualquier sitio, así que todos le saludan y le conocen.
Yo no sé si de mayor quiero ser cordero como papá, o mecuánico, como los padres de Rafita. Ahmed dice que son importantes, porque trabajan en la tercera planta, en las máquinas. Nos llevaron a verlas ayer, y claro, nos quedamos a dormir con ellos, porque no daba tiempo a volver a casa antes de que las luces se apagaran. Trabajar en las máquinas es complicado. Hay que estar siempre pendiente de unos controles que se encienden y apagan, y de unos números que aparecen en unas pantallas, y comprobar en un libro qué hay que hacer, según lo que digan los números o el color que se haya encendido. Ahmed les preguntó para qué servían esas máquinas, pero los papás de Rafita no lo sabían. Nadie lo sabe. Pero nos explicaron que ser mecuánico era vital para el funcionamiento de nuestro mundo, porque esas máquinas habían estado funcionando desde… bueno, desde siempre. Ahmed entonces, les preguntó por las máquinas de la primera y la segunda planta. Todos sabemos que a veces es un poco metomentodo. A lo mejor es porque su madre es la jefa de los carteros. No la de todos los carteros, claro. Sólo los de la planta cincuenta a la uno. Bueno, en la dos y en la uno no vive nadie, allí no se reparte nada. Sólo hay máquinas que ya no funcionan. Y a lo mejor por éso lo decía Ahmed. Si esas máquinas alguna vez funcionaron y ya no lo hacen, y el mundo siguió, a lo mejor no eran necesarias, y las de la planta tercera, donde trabajan ellos, igual tampoco.
Eso dijo, y a los papás de Rafita no les hizo gracia su pregunta. Le respondieron, con una sonrisa, que si quería podíamos ver lo que pasaba si no arreglaban las máquinas, pero que si las luces dejaban de encenderse por la mañana, o el agua no salía por los grifos, o ya no suministraban oxígeno los ventiladores de los respiraderos, ellos dirían que la culpa era del pequeño Ahmed, que no creía que lo que llevaban haciendo desde tiempo inmemorial tuviera ningún sentido.
Ahmed se puso muy colorado. Refunfuñó que sólo era una pregunta, pero yo creo que se sintió un poco humillado. Yo lo estaría. Por eso creo que está tan excitado con la puerta que hoy Rafita nos ha enseñado en la primera planta. A Ahmed se le ha ocurrido que igual esa puerta da a otro nivel por encima de nosotros. Al principio nos reímos Rafita y yo. Qué locura, pensábamos. Pero Ahmed lo había dicho en serio. Dice que, si no le ayudamos, que allá nosotros, pero que él va a abrir esa puerta. Parecía una tontería. ¿Qué puede haber tras ella, sino más humedad, más herrumbre, y más máquinas muertas? Ahmed nos miró muy serio y susurró que a lo mejor encontramos unas escaleras. Hacia arriba. Rafita y yo no pudimos evitar un escalofrío. ¿Por encima del primer piso?
Estamos empatados. Ahmed quiere abrir la puerta, pero Rafita tiene miedo de meter a sus padres en un lío. Debo decidir yo, como siempre y, la verdad, no sé si quiero seguir sin saber por qué hacemos lo que hacemos, contando historias de los antiguos y de todo lo que hemos olvidado desde entonces. Igual es mejor abrir esa puerta y descubrir que hay algo, aún más arriba, por encima del primer piso.

sábado, 4 de agosto de 2018

Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado...

Microrrelatos enviados a la XI Edición de Relatos en Cadena. La extensión debía ser de 100 palabras, sin contar con el título ni la frase inicial (la última frase del microrrelato ganador de la semana anterior).


En esta ocasión los relatos debían empezar con "Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado...".



Título: Liarla parda.



Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado. El mismo tiempo que habían tardado en volver. Obviamente, sus travesuras con aquel tipo de Nazareth no habían terminado muy bien. A ellos, obviamente, no los crucificaron, pero sí que les cayó una buena bronca por inmiscuirse en los asuntos de civilizaciones inferiores, y al ver la que habían montado con los panes y los peces, la máquina duplicadora pasó a estar bajo llave. Sin embargo, fue a su vuelta, dos mil años más tarde, cuando se dieron cuenta de que, en el tercer planeta de aquel sistema solar, la habían liado muy parda.