No puedo llevar tanto tiempo aquí, pero no recuerdo cómo
ni cuándo llegué. De todas formas la memoria en un sitio como este no es de fiar. Ni el tiempo.
Debería estar más cansado de tanto esperar, que es lo único que hago, pero el
caso, es que me encuentro igual que siempre, ni bien ni mal. Eso sí, no sé muy
bien qué espero. Debería levantarme e ir a preguntar cuánto falta, pero me da
vergüenza no saber qué decir si me responden «¿cuánto falta para qué?».
¿Y dónde está Amanda, y los niños? ¿No estarán preocupados
por mi? Los niños no. Estarán con sus vídeos de Youtube y su Fortnite. Pero
Amanda sí, claro. De todas formas, no creo que sepan dónde estoy. No lo sé ni
yo. Pero bueno, Youtube y Fortnite mediante, supongo que me echan
de menos, como yo a ellos. Siempre hago amago de mirar mi móvil, para ver si
Amanda me ha llamado, y explicarle que todo esto es muy raro, que la gente
viene y se sientan, y esperan, y que yo, claro, hago lo mismo. Pero es inútil,
siempre me olvido que no tengo el teléfono. Se me rompió cuando me atropelló aquel
coche. Ya me habían avisado que el tráfico en Ciudad de México era una locura.
Yo les miré de forma un poco despectiva, lo reconozco. Es un defecto que tengo,
no lo puedo evitar. Como cuando me contaban lo de la costumbre que tienen aquí
el Día de los Muertos, de poner un altar con las flores y las velas, y las
fotos de los seres queridos que ya faltan. Me puede la pedantería y, antes de
darme cuenta, ya estaba criticando con suficiencia esa costumbre, calificándola
de «superstición ignorante». No está
bien, no. Debería tener más respeto, me dice siempre Amanda. Yo le digo a éso
que tanta tolerancia no lleva a ningún sitio y que, pues nada, repartamos todo
nuestro dinero entre los pobres y los drogadictos, a ver qué le parece. Igual me
dejo llevar un poco por mi carácter.
A veces me pregunto qué hago cuando no estoy esperando. Y
no tengo respuesta. Creo que estoy durmiendo. Dormir y esperar, eso es todo. Debe
ser un sueño profundo, eso sí, porque no tengo conciencia de quedarme dormido. A
ver si voy a tener narcolepsia. Cuando vuelva a Madrid debería ir al médico de
empresa, a que me lo mire sin falta.
Otra cosa que me he dado cuenta es que aquí resulta que,
siempre que despierto, es treinta y uno de octubre. No me lo explico. Si yo
tenía que estar de vuelta en la oficina el quince de septiembre. Espero que don
Alberto, el director, sea comprensivo. Al fin y al cabo, me ha atropellado un
coche, eso tiene que contar para algo. No es que doliera, la verdad, aunque
debería haberlo hecho; me dio un buen golpe, de los de no contarlo después.
Todo este asunto sería para preocuparse de no ser porque
no estoy solo, aquí hay muchos que esperan conmigo también. Aun así, la verdad
es que casi nadie me hace mucho caso. Deben ser todos locales. Esperan, como yo,
solo que la mayoría, tarde o temprano se levantan cuando les llaman, y van vete
a saber dónde: no sé a dónde se dirigen, porque a mi nunca me nombran. No deben
ir muy lejos, porque siempre vuelven, antes o después. Yo sigo aquí, sentado,
cuando retornan. Casi todos vienen sonrientes, algunos con lágrimas en los ojos,
hablando de cómo ha engordado la nuera, o qué guapa está la hija, o cuánto han
crecido los nietos. Me miran con lástima al ver que sigo sin moverme de mi
sitio y murmuran, pero yo hago como que no escucho, como que es normal pasarse
aquí las horas sin nada que hacer, esperando en vano a que alguien diga mi
nombre.
A veces pienso, eso sí, que quiero mucho a Amanda, pero
que debería esforzarse un poco más en adaptarse a otras culturas. Donde fueres
haz lo que vieres, que dice siempre don Alberto, que es un hombre muy viajado. Hay
que respetar a otros pueblos y la forma que tienen de hacer las cosas, dice él.
No es que don Alberto viaje muy lejos, porque le da miedo volar. Pero lo suple
viajando cerca, pero muy a menudo. En cualquier caso, él sabe mucho, que para
eso es director, y si lo dice por algo será. Y si el día de los muertos aquí ponen
su altarcito, sus florecitas y su fotito, pues oye, que tampoco cuesta tanto,
puñetas. Si tuviera el móvil a mano, le ponía un whatsapp explicándole todo a
esto a Amanda, pero me está dando a mi que aquí no va a haber wifi.