sábado, 9 de marzo de 2019

A que va a ser amor


Parece mentira. Que a mis años me enamore como un chaval. Seguro que es un desajuste de las hormonas, o que me he dado un golpe al salir de la ducha, vete a saber. Aunque siempre he tenido la cabeza muy dura, y en los análisis salvo el azúcar, todo bien. O, al menos, no mal del todo. Igual es amor, ya ves. El otro día me contaron un chiste: le preguntan a uno «¿Tú te casaste por interés o por amor?» y el tipo responde «Yo interés no tengo ninguno, así que va a ser que por amor». Pues éso. Que va a ser que es amor.
Y la cosa es que, si la miro, no veo en ella la cara más hermosa del mundo. A ver si me entiendes, no es una belleza que haga a los demás darse la vuelta cuando pasa. A lo mejor en algún momento lo fue, o quizás nunca llegó a serlo, no lo sé. Yo sé del aquí y el ahora, yo sólo sé de la cara que veo con estos ojos, este rostro que me dice del tiempo vivido y de las tristezas y los sinsabores, de las decepciones y los fracasos, pero también de las alegrías, las grandes y las pequeñas. Sobre todo, veo en ella las esperanzas y los sueños que a pesar de la vida y sus vueltas, se niegan a claudicar en su mirada. Si fuera amor, como el que cuentan los poetas y los escritores y toda esa gente almibarada, ¿no debía verla como salida de un cuadro, un ser angelical y perfecto, delicado y etéreo? A ver si no es amor, porque yo veo a una mujer real, con los pies en el suelo, que llora cuando está triste y ríe cuando está contenta, que a veces disimula una arruga, coqueta, y otras le da igual y dice que total para qué.  Y aún así, siento mariposas en el estómago cuando voy a verla, cuando voy a hablar con ella y le pregunto que qué tal y ella me dice «pues si no entramos en detalles, bien», y nos reímos los dos. A nuestra edad quizás es mejor no entrar en detalles.
Quizás sería mejor, pero entonces no podría preguntarle por la cicatriz en su brazo, y que ella me responda que es de cuando era capitán pirata en el Caribe, o cuando me sorprenda que yo cocine mejor que ella y se defienda diciendo que poco podía ella andar entre pucheros el tiempo que fue ladrona de guante blanco en Montecarlo. Otras veces me cuenta que también fue piloto de cazas en la RAF y guardia civil en Utrera, científica en la NASA y agente doble en Moscú, violinista ciega quién sabe dónde, si era ciega, limpiabotas en Berlín —pero el Berlín del otro lado, que estos jóvenes no saben—, miembro de la resistencia, manifestante en Tian Nan Meng, costurera en Sevilla y vedette en el Moulin Rouge. O puede que tan solo fuera maestra y ama de casa. Nada más y nada menos, porque a mi todo me embelesa de ella. Que es una mentirosa está claro, pero a quién vamos a culpar, quién no se inventa ésto o aquello, o pinta todo del color que mejor nos viene. En fin, no vamos a estropear una buena historia con la verdad. Qué necesidad habrá.
Así que Carmen —si ése es tu verdadero nombre, le digo—, sobrevuela mis pensamientos día sí y noche también. Alguna de sus historias será verdad, y yo lo que saco en claro es que es una mujer leal y cariñosa, luchadora y fantasiosa. Pero si me he equivocado, ¿qué? El amor es ciego ¿no? Así que qué más da. No será la primera vez que me equivoque, ni la última. Carmen dice que le gusta mi actitud, que hago como que estoy de vuelta de todo, pero que no la engaño. Ella lo sabe bien: durante un tiempo echaba las cartas y veía el futuro en una bola de cristal. Eso fue cuando se recorrió el país en una feria ambulante. Y lo dice sin pestañear.
«Háblame de ti», me dice ella. Pero a mí no me sale inventarme esas vidas extravagantes y fantásticas que tan bien le salen a Carmen. Yo soy más aburrido, más serio. Una vecina de mi madre le decía, cuando era joven, que yo era un niño viejo. Ahora ya perdí al niño, y me quedé solo con el viejo. Y es que lo mío no es interesante. Prefiero mil veces sentarme junto a ella, junto a Carmen, y que me cuente sus historias. ¿Me gustarían tanto si no estuviera enamorado? Pues igual sí, o igual no. A mis años no hay agua que no haya bebido ni verdades absolutas.
En fin, que tú dirás que por qué te doy esta charla. Vaya lata, pensarás. Bueno, pues tengo mis razones. Lo primero, porque tengo una recortada apuntándote, lo que implica que no te queda más remedio que hacerme caso. Esa es una buena razón. Lo segundo, pues supongo que por justificarme. Tú que eres cajero en este banco estarás acostumbrado a atracadores de todos los colores. A lo mejor hasta no te llaman tanto la atención unos vejetes como nosotros, con la media ocultándonos la cara y pegando tiros al techo. Pero es mi primer atraco, entiéndeme. Dice Carmen que con el botín nos iremos a Nueva York. O a Bombay, no me acuerdo. A vivir la gran vida, como cuando fue amante del Sha de Persia. Tampoco importa mucho.
Mírala, con qué desparpajo amenaza al director y le obliga a llenar la saca. En fin. A mí esto me da un poco igual. Es estar con ella lo importante, ¿sabes? Que yo con cualquier cosa me arreglo. Pero con ella. Siempre con ella.
Va a ser que es amor, ¿verdad?

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